Una Travesura por Navidad
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Faltaba una semana para Navidad…
Con la sospecha de que nunca podría ser el hombre que Emma Peters deseaba, Lucien Morgen, quinto duque de Willyngham, decide romper su compromiso con ella. Pero descubrirá que su inocente prometida, a la que había dejado de ver durante años, ha florecido y se ha transformado en una mujer pasional e irresistible.
Mientras la familia de Emma ultima los preparativos para las fiestas, todos, salvo Lucien y la propia Emma, se dan cuenta de que los dos están hechos el uno para el otro. Con la ayuda de unos niños muy traviesos, Emma y Lucien están a punto de descubrir que un poco de travesuras debajo del muérdago puede ser lo que necesitan para que sus corazones se abran al amor.
Tanya Anne Crosby
New York Times and USA Today bestselling author Tanya Anne Crosby has been featured in People, USA Today, Romantic Times and Publisher’s Weekly, and her books have been translated into eight languages. The author of 30 novels, including mainstream fiction, contemporary suspense and historical romance, her first novel was published in 1992 by Avon Books, where she was hailed as “one of Avon’s fastest rising stars” and her fourth book was chosen to launch the company’s Avon Romantic Treasure imprint.
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Una Travesura por Navidad - Tanya Anne Crosby
CAPÍTULO 1
NEWGALE, NAVIDAD DE 1841
La fotografía por calotipo estaba en el marco del espejo de la cómoda. Se la habían hecho tan solo un mes antes de su muerte, era la única imagen que conservaban de su padre. Estaba sentado en su banco favorito, con su uniforme de almirante, aunque ya no era adecuado para su aspecto demacrado. Al parecer, esa nueva modalidad de retrato capturaba la imagen exacta de las personas; había sido un regalo del Duque de Willyngham.
El día que se hizo aquella fotografía fue cuando Emma descubrió que su prometido había sido oficial en la compañía de su padre.
¿Ha viajado alguna vez en barco?… ¡Puah! El recuerdo no le daba tregua. Qué tonta había sido.
Ni siquiera se había dado cuenta de que el duque había tenido un hermano mayor, ni de que el tiempo que pasó en la Marina Real –prometedor, aunque breve–, se había cortado de manera abrupta por la muerte de dicho hermano y por su deber con el apellido de la familia. Al parecer él no era el hijo predilecto y había aprovechado cada ocasión para ganarse el resentimiento de su padre. Aceptó su título de mala gana, con mucho rencor; la única figura paterna a la que estimaba era al padre de ella. Ese era el único mérito que Emma le atribuía, que hubiera sabido ganarse el respeto de su padre y que hubiese sabido esperar un tiempo prudencial tras su muerte para tomar una decisión final.
El Duque de Willyngham era un sinvergüenza, alguien que solo se preocupaba por sí mismo. Lo único que buscaba era procrear para perpetuar su apellido. Emma lo comprendía ahora, a pesar de que el retrato de su padre le dijera lo contrario. Miró el calotipo. Estaba convencida de que el motivo por el que el duque había encargado ese retrato no podía ser sino puramente egoísta.
–Hace frío –se quejó temblando.
–Vístete –le dijo Cecile como lo más sencillo.
Emma se cruzó de brazos, negándose a reconocer que era la presencia de él lo que tanto la afectaba. Desde luego, no era por él por quien estaba tan quisquillosa aquella mañana.
Se alegraba de que Jane, su doncella, se hubiese ido a pasar fuera las fiestas. Pero tan solo Jane la podría haber entendido. Ella no habría intentado corregirla con la determinación que mostraba Cecile.
–Emma, querida. No es necesario que te hagas esto.
–No tengo miedo de enfrentarme a él –le aseguró Emma a la mujer de su hermano–. Solo tengo que decidir qué ponerme y estaré más feliz que unas castañuelas, ¡te lo aseguro!
Cecile echó un vistazo a la montaña de vestidos que ya habían sido descartados y que estaban sobre la cama. Con un gemido de angustia, Emma enterró las manos en los vestidos para apartarlos y se sentó, mirando el calotipo. Se había probado casi todos los vestidos que tenía y se sentía perdida. A decir verdad, nunca había tenido tantas ganas de llorar como en aquel momento, aunque no tuviese ni la más remota idea de por qué la asolaba el llanto. En realidad hacía mucho, mucho tiempo que se había tomado esta decisión. Estaba claro que él no había cambiado de opinión, así que ¿qué más le daba lo que pudiese opinar de su vestido?
Cecile mostró un precioso vestido verde botella para que Emma lo mirara, llevaba encaje de ondas.
–¿Qué tal este?
Emma suspiró y sacudió la cabeza, sintiéndose como una niña rebelde.
–No.
–Puede que haya cambiado de opinión –sugirió Cecile, buscando cuidadosamente otro vestido adecuado en el armario–. Puedo prestarte el de terciopelo color ciruela…
Emma levantó la mirada y frunció el ceño.
–No quiero que él cambie de opinión. –El vestido de terciopelo color ciruela era demasiado bonito… no era adecuado.
En realidad, descubrir la inconstancia de su prometido tan pronto, y no después, era mejor. Le estaba agradecida por haberle ahorrado el escándalo, sabiendo que su padre estaba enfermo y tras su muerte. Pero odiaba todo lo demás con relación a ese hombre. Todo, incluso que hubiese tenido que escoger las fiestas para reaparecer en su vida.
Emma estaba segura de que no le importaba en lo más mínimo cómo se había podido sentir porque él no se hubiese molestado en preguntar por ella a lo largo de tres años. Ni siquiera le había dado la oportunidad de opinar acerca de su propio futuro, ni tuvo la cortesía de ofrecerle una explicación. Sencillamente la había dejado con las preguntas todo aquel tiempo, a la espera de un anuncio público que con seguridad le arruinaría la vida. Pues bien, ya se había cansado de esperar. Quería que todo acabara.
De inmediato.
¡Señor! Había sido una niña tonta, llena de sueños estúpidos, pero eso se había terminado. Había creído que porque su padre y su madre habían encontrado el amor, porque su querido hermano Andrew había encontrado a la adorable Cecile, ella también podía encontrar el amor, que acabaría encontrándolo. Lo que era aún más insensato… había estado convencida de que lo había encontrado con él. ¡Ese canalla ya tenía a sus espaldas una buena lista de corazones rotos!
En cuanto al artículo del Times… Emma supo, tras mucho insistirle a su hermano, que dicho periódico relataba de manera escandalosa su relación con una de las damas de compañía de la Reina Victoria. Al parecer, se sospechaba la existencia de un embarazo fuera del vínculo conyugal, y casi todo el mundo daba por hecho que el padre era el Duque de Willyngham. Al final resultó que la pobre mujer tan solo estaba enferma, pero el hecho de que todos, salvo la Reina Victoria, hubiesen culpado al duque enseguida, hablaba por sí mismo. ¡Seguro que él había manipulado a la reina con su sonrisa de truhán! Bien, ¡afortunadamente la reina acababa de casarse y con ello se inmunizaba contra los encantos del Duque de Willyngham! Emma, por su parte, estaba dispuesta a cuidar su corazón a toda costa.
–¡Ese hombre es más frío que un invierno en Newgale! –aseguró.
–Debe haber habido algo a su favor para que tu padre lo tuviese en tan alta estima.
Emma miró el calotipo, perdiéndose en la contemplación.
–Es igual –dijo–. Cómo se atreve a reaparecer ahora, ¡en este preciso momento!
Solo faltaban cuatro días para Navidad, por lo que su presencia les iba a estropear las fiestas.
–Puede que haya cambiado de opinión –sugirió Cecile una vez más.
Emma le lanzó a su cuñada una mirada de desaprobación.
–Te aseguro, Cecile, que no me casaría con ese hombre aunque me estuviera muriendo y él tuviera las únicas llaves del Paraíso.
–Shh –aconsejó Cecile, sacudiendo la cabeza con disgusto por encima del vestido que tenía entre las manos. Lo colocó en la cama, sin molestarse en pedir la opinión de Emma.
–¡Oh, sí! Ese –exclamó Emma, levantándose de la cama con un salto.
Si lo que él buscaba era indiferencia, se la iba a dar. Iba a mostrarse tan falta de pasión como él. Lo último que pensaba hacer era vestirse para complacer a ese caradura. Cogió el vestido descartado por Cecile. Al fin se había decidido, asintiendo satisfecha mientras se lo colocaba sobre el cuerpo y se miraba en el espejo.
–Sí, este me parece muy adecuado –declaró. Su mirada voló sobre el calotipo–. Lo siento, papá.
–¿Hmmm? –Distraída, Cecile se giró para mirarla y luego, viendo de refilón el vestido que tenía en la mano, exclamó: –¡Oh, Emma! –Arrugó la nariz–. No, ese no, ¡por favor!
–Sí, este –dijo Emma con cabezonería y sonrió.
–¡Ay, cariño, el pardo rojizo no te sienta nada bien!
–Exacto –dijo Emma–. Y además este vestido nunca me ha hecho mucha gracia. Es feo. Los botones son demasiado grandes y el escote demasiado alto. Pero eso es exactamente de lo que se trata, ¿no?
Cecile torció el gesto, estaba claro que no entendía. Miró a Emma como si hubiera perdido el juicio por completo y luego dejó escapar un suspiro, diciéndole sin una palabra cuán profunda era su desaprobación del vestido que había elegido. Fue hacia la puerta para cerrarla, sacudiendo la cabeza y dejando a solas a Emma para que lo meditara.
Color ciruela, pardo rojizo, ¡qué más daba! En realidad le apetecía ver el color ciruela en el duque… ¡tarta de ciruelas en la cara! Por infantil que fuera ese pensamiento, le provocó una ligera sonrisa.
Emma necesitó al menos otra media hora y mirarse al espejo media docena de veces para sentirse lo suficientemente segura para abandonar su habitación. Pero una vez lo hizo, se sintió más que preparada para enfrentarse al fin al Duque de